El Vaticano II al
definir a la Iglesia como Pueblo de Dios, recuperó el valor y la misión del
Laicado. Laico designa aquí todos los fieles cristianos a excepción de los
miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia.
Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo,
integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la
misión de todo el pueblo cristiano en la parte que le corresponde (cfr. Lumen
Gentium 31).
El Concilio,
superando interpretaciones precedentes y prevalentemente negativas, se abrió a
una visión decididamente positiva, y ha manifestado su intención fundamental al
afirmar la plena pertenencia de los fieles laicos a la Iglesia y a su misterio,
y el carácter peculiar de su vocación, que tiene en modo especial la finalidad
de “buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas
según Dios”. (Lumen Gentium 31).
La exhortación
apostólica Christifideles Laici, de Juan Pablo II (1988), profundiza este
modelo de Iglesia y la relación entre VC y laicado. En la Iglesia-Comunión, los
estados de vida están de tal modo relacionados entre sí, que están ordenados el
uno al otro. Ciertamente es común - mejor dicho, único - su profundo
significado: el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad
cristiana y la universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Son
modalidades, a la vez, diversas y complementarias, de modo que cada una de
ellas tiene su original e inconfundible fisionomía, y al mismo tiempo cada una
de ellas está en relación con las otras y a su servicio.
Siguiendo a Anaya
y Fornel (2009) se puede caracterizar las relaciones entre laicos y religiosos
después del Concilio Vaticano II, según estas tres etapas:
- Inserción de
laicos en las obras de los religiosos como condición impuesta por las
circunstancias (1965-1988). Algunas personas son invitadas a prestar su
contribución a las actividades que el Instituto ha decidido realizar para
alcanzar los objetivos que el Instituto se ha propuesto. Lo que se pide de los
laicos es competencia profesional y una vida coherente, en general, con los
principios de la fe cristiana.
- Elección del
laicado por motivos eclesiológicos (1988-1996). Lo que se pide de los laicos es
un fuerte compromiso en el desarrollo de los proyectos, dando un testimonio
vocacional cristiano, con una coherencia de vida. El laico tiene que conocer
bien la inspiración carismática sobre la que se funda el proyecto. Se organizan
momentos de formación específicos en la espiritualidad y el carisma.
- Comunión con el
laicado como perspectiva (a partir de 1996). Se considera a algunos laicos
corresponsables de la inspiración carismática de la obra, por lo que se les
pide conocimiento y compromiso con el carisma. Se supera la dimensión del trabajo
y se toca la vida personal. Estamos ante una elección vocacional de servicio y
de pertenencia a una familia carismática. Se llega a la corresponsabilidad en
la gestión de las obras.
Juan Pablo II, en
su exhortación apostólica Vita Consecrata (1996), explica que debido a las
nuevas situaciones, no pocos Institutos religiosos han llegado a la convicción
de que su carisma puede ser compartido con los laicos. Los laicos son invitados,
por tanto, a participar de manera más intensa en la espiritualidad y en la
misión del Instituto mismo. No es raro que la participación de los laicos lleve
a descubrir inesperadas y fecundas implicaciones de algunos aspectos del
carisma, suscitando una interpretación más espiritual, e impulsando a encontrar
válidas indicaciones para nuevos dinamismos apostólicos.
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