viernes, 18 de noviembre de 2016

Surgimiento del Laicado



El Vaticano II al definir a la Iglesia como Pueblo de Dios, recuperó el valor y la misión del Laicado. Laico designa aquí todos los fieles cristianos a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que le corresponde (cfr. Lumen Gentium 31).

El Concilio, superando interpretaciones precedentes y prevalentemente negativas, se abrió a una visión decididamente positiva, y ha manifestado su intención fundamental al afirmar la plena pertenencia de los fieles laicos a la Iglesia y a su misterio, y el carácter peculiar de su vocación, que tiene en modo especial la finalidad de “buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios”. (Lumen Gentium 31).

La exhortación apostólica Christifideles Laici, de Juan Pablo II (1988), profundiza este modelo de Iglesia y la relación entre VC y laicado. En la Iglesia-Comunión, los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí, que están ordenados el uno al otro. Ciertamente es común - mejor dicho, único - su profundo significado: el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y la universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Son modalidades, a la vez, diversas y complementarias, de modo que cada una de ellas tiene su original e inconfundible fisionomía, y al mismo tiempo cada una de ellas está en relación con las otras y a su servicio.

Siguiendo a Anaya y Fornel (2009) se puede caracterizar las relaciones entre laicos y religiosos después del Concilio Vaticano II, según estas tres etapas:
- Inserción de laicos en las obras de los religiosos como condición impuesta por las circunstancias (1965-1988). Algunas personas son invitadas a prestar su contribución a las actividades que el Instituto ha decidido realizar para alcanzar los objetivos que el Instituto se ha propuesto. Lo que se pide de los laicos es competencia profesional y una vida coherente, en general, con los principios de la fe cristiana.
- Elección del laicado por motivos eclesiológicos (1988-1996). Lo que se pide de los laicos es un fuerte compromiso en el desarrollo de los proyectos, dando un testimonio vocacional cristiano, con una coherencia de vida. El laico tiene que conocer bien la inspiración carismática sobre la que se funda el proyecto. Se organizan momentos de formación específicos en la espiritualidad y el carisma.
- Comunión con el laicado como perspectiva (a partir de 1996). Se considera a algunos laicos corresponsables de la inspiración carismática de la obra, por lo que se les pide conocimiento y compromiso con el carisma. Se supera la dimensión del trabajo y se toca la vida personal. Estamos ante una elección vocacional de servicio y de pertenencia a una familia carismática. Se llega a la corresponsabilidad en la gestión de las obras.


Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Vita Consecrata (1996), explica que debido a las nuevas situaciones, no pocos Institutos religiosos han llegado a la convicción de que su carisma puede ser compartido con los laicos. Los laicos son invitados, por tanto, a participar de manera más intensa en la espiritualidad y en la misión del Instituto mismo. No es raro que la participación de los laicos lleve a descubrir inesperadas y fecundas implicaciones de algunos aspectos del carisma, suscitando una interpretación más espiritual, e impulsando a encontrar válidas indicaciones para nuevos dinamismos apostólicos.

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