Si tan sólo se tratase de enseñar la ciencia profana a los niños, no harían falta los hermanos; bastarían los maestros para esa labor. Si sólo pretendiéramos darles instrucción religiosa, nos limitaríamos a ser simples catequistas, reuniéndolos una hora diaria para hacerles recitar la doctrina. Pero nuestra meta es muy superior: queremos educarlos, es decir, darles a conocer sus deberes, enseñarles a cumplirlos, infundirles espíritu, sentimientos y hábitos religiosos, y hacerles adquirir las virtudes de un caballero cristiano. No lo podemos conseguir sin ser pedagogos, sin vivir con los niños, sin que ellos están mucho tiempo con nosotros” (Vida, XXIII, 374).
“No puedo ver a un niño sin sentir ganas de enseñarle la doctrina, sin anhelar darle a conocer cuánto le ha amado Jesucristo y cuánto debe él, a su vez, amar al divino Salvador” (Vida, XX, 314).
Sé también que tiene un buen número de niños; tendrá por lo tanto buena cantidad de copias de sus virtudes, pues sus niños se forman tomándolo como modelo, ordenan su conducta siguiendo su ejemplo.(PS014)
Diga a sus niños que Jesús y María los aman mucho a todos: a los que son buenos porque se parecen a Cristo Jesús, que es infinitamente bueno; y a quienes no lo son todavía porque llegarán a serlo. Que la Santísima Virgen les ama también, porque es la Madre de todos los niños que están en nuestras escuelas. (PS014)
Forme a los niños que le serán confiados, en todas las virtudes cristianas. Ruegue por ellos, pues con la ayuda de Dios podrán sobrellevar todas las dificultades que se pueden encontrar en la vida. La obediencia es sobre todo la virtud que deben practicar.(PS031)
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