Poco después, realicé una entrada sobre la misión marista, hoy quiero retomar el tema del carisma marista desde los estados de vida. Aclaro desde el principio que escribo como Religioso-hermano que soy.
Al hablar de estados de vida, nos situamos en el contexto de la vocación personal. Podemos decir que un estado de vida es el modo específico de realizar la vocación. Otra forma de decirlo sería el modo de ser persona, una situación permanente y duradera (“estado” = se está), que funda y justifica aspectos específicos de su vida y actividad. El término se relaciona con la condición jurídica en el derecho canónico de la persona.
El concilio Vaticano II, en el documento Lumen Gentium considera la Iglesia como cuerpo que articula a los sacerdotes, los laicos y los religiosos. Así tenemos los ministros ordenados en un primer grupo, a todos los que han recibido el orden sacerdotal en cualquiera de sus grados, ya sean obispos, presbíteros o diáconos. En un segundo grupo a los laicos, todos los bautizados que viven su consagración en el mundo y, finalmente, los religiosos, que se caracterizan por un seguimiento radical de Jesús siguiendo los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.
Por casi siglo y medio, el carisma marista de Champagnat se vivió por los Hermanos Maristas, religiosos-hermanos, o religiosos laicos como antiguamente nos llamaban.
Hoy reconocemos que el carisma marista es un regalo para toda la Iglesia y puede ser vivido desde cualquiera de los estados de vida. Así lo indica el documento de En torno a la misma mesa en su número 4: “Así ha sido también entre nosotros, los maristas. El carisma de San Marcelino Champagnat, presente en el Instituto de los hermanos, ha arraigado entre los laicos. A algunos de nosotros [laicos], Dios nos ha tocado y nos ha dado un corazón marista. Ciertamente, más que decisión nuestra, ha sido iniciativa de Dios. No podemos vivir de otra manera, somos maristas”.
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