lunes, 27 de febrero de 2017

Cuaresma, tiempo para contemplar la cruz.



Estamos por inciar la cuaresma. Un tiempo fuerte en la Iglesia. Al iniciar este tiempo quiero recordar una historia de la vida de San Marcelino. Según cuenta el libro de Avisos, Lecciones y Sentencias, un día Marcelino comentaba con algunos hermanos el pasaje donde la madre de San Juan le pide a Jesús los primeros puestos para sus hijos, expresó que él quería para los maristas tres primeros puestos, ser los primeros en Belén, en la Cruz y el Altar. El tiempo de cuaresma me parece propicio para la contemplación de la Cruz. 

En varias cartas del Padre Champagnat se encuentran citas sobre la contemplación de la Cruz o de la Pasión del Señor. Por ejemplo, en la carta PS219 dirigida al Sr. Blas Aurran:

“Estoy encantado de poder ofrecerle un pequeño testimonio de mi agradecimiento enviándole las meditaciones sobre la dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo por Sor Ana Catalina Emerich. Haré depositar esta pequeña obra en casa del Sr. Boui, superior del Gran Seminario de Aix.”.

Por su otra parte en las cartas a los hermanos, escribe al H. Avit (PS247): “El pensamiento de la muerte y de la pasión de Jesucristo es un excelente medio para rechazar todo pensamiento ajeno y contrario a la amable virtud.” O en la carta PS259: “Dígale pues a María que el honor de su Sociedad exige que le conserve casto como un ángel. El medio que usted toma pensando en la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo...”.

¿Qué significaba para Marcelino el primer puesto en la cruz? Una pista la tenemos en el capítulo VI de Lecciones, Avisos y Sentencias: “Los hermanitos de María .... Tienen que amar la cruz, el sufrimiento y la mortificación, pues la práctica de esos ejercicios da el primer puesto en el Calvario.” Parece que nos encontramos frente a un texto de ascesis, en las cartas se ve la contemplación de la pasión de Jesús como un medio para alejarse del pecado. En las lecciones y sentencias habla de sufrimiento y mortificación, que son propiamente medios de un camino de purificación.

En esta línea se encuentran los testimonios de los Hermanos Juan Bautista, Avit y Silvestre que hablan sobre la manera en que Marcelino, durante la cuaresma, tomaba como tema de meditación la pasión del Señor: “10. Los viernes ayunaré en recuerdo de la pasión y muerte de nuestro Redentor” (Furet: Capítulo 3 de la primera parte). “Durante la cuaresma se esforzaba por instruirnos y estimularnos al amor de Nuestro Señor, lo mismo que al horror del pecado mortal, que ha sido la causa de sus sufrimientos y de su muerte” (F. AIDANT, SUMMARIUM, PRIMA POSITIO, 1910. SUMM 291),

Durante toda la cuaresma el tema de las meditaciones era tomado de la Pasión de Nuestro Señor. El buen Padre exigía un perfecto silencio y un aumento de fervor, durante la semana santa, sobre todo el viernes santo. Pedía que se cantara el oficio de Tinieblas, y como los Hermanos tenían por lo general, pocas cualidades, el peso del canto recaía sobre él.” (Avit, 086)

Marcelino aprende, al contemplar el calvario, el amor de Dios. No se queda solamente en la contemplación de la Pasión como ejercicio ascético, con el tiempo pasa a ser un ejercicio místico. Un ejercicio que lo acerca a Dios y lo une, por el amor a Dios.

En el mismo capítulo VI de Lecciones, avisos y sentencias (antes citado), aparece un texto que nos indica que lo más significativo al contemplar la Pasión de Jesús es encontrar el amor que Dios nos tiene:
“Encontraréis allí, sobre todo, el amor de Jesús, la más valiosa de todas las gracias. Dios es caridad, dice san Juan (1 Jn 4, 16). Sí, Dios es caridad en todas partes, pero singularmente en la cuna, la cruz y el altar, tres lugares donde se manifiesta su amor infinito; en esos tres lugares, sobre todo, enciende en su divino amor el corazón de los santos; en esos tres lugares nos hace ver cuánto nos ama.”

Este amor se transforma en Redención en la cruz, este será un tema recurrente: Por ejemplo, en la Biografía del Hno. Furet, en el capítulo XXI que narra la muerte del P. Champagnat, se menciona como comentario a la última eucaristía que celebró:
“El tres de mayo celebró la santa misa por última vez. Después de la acción de gracias dijo: Acabo de celebrar la última misa, y me alegra que haya sido la de la santa Cruz: por esta santa Cruz nos vino la salvación, y en ella murió nuestro divino Salvador” (Capítulo XXI de la primera parte).

Al contemplar la Pasión la ve no solamente como obra del Hijo, la redención se torna una obra trinitaria:
“Lo mismo ocurre con la redención: El Padre amó tanto al mundo, que no paró hasta dar a su Hijo unigénito (Jn 3,16) para salvarlo; el Hijo, a imitación del Padre, ama tanto a los hombres, que entrega la vida para rescatarlos; el Espíritu Santo coopera en este ministerio divino, pues por su obra se realiza el misterio de la encarnación, // y él es quien, al descender sobre los apóstoles para completar la obra de la redención, santifica las almas y les aplica los méritos de la pasión de Jesucristo.” (Avisos, Lecciones y Sentencias, Capítulo: XXXVIII).

Por la oración, la vida del Marista se vuelve participación de la vida de Jesús, incluida su pasión. Así pondrá la cruz en una de las primeras explicaciones sobre la finalidad del Instituto:
“Los Hermanos, al ingresar en este Instituto, pretenden, en primer lugar, salvar su alma y hacerse dignos de la inmensa gloria que Dios les promete y Jesucristo les ha merecido por su sangre y muerte en la cruz.” (Furet: Capítulo XII de la primera parte).

La pasión de Jesús vuelva a aparecer cuando habla del tema de los Maristas como apóstoles en medio de los jóvenes:
“Jesucristo rescató las almas por la cruz y el sufrimiento. ¡Y nosotros queremos trabajar en su salvación en medio de placeres y satisfacciones de la naturaleza! Con tales sentimientos ¿qué extraño que no logremos ningún bien, que nuestro ministerio resulte estéril?” (Furet, Capítulo XX, segunda parte)

De igual manera a los directores, les recuerda: “los trabajos que le costó la redención a Jesús” y les decía:
“3. Porque la dirección de las almas y la santificación de los niños son fruto de la cruz, y sólo por la cruz se pueden conseguir. El cargo de Director exige, pues, necesariamente religiosos crucificados, es decir, hombres abnegados, sacrificados, mortificados; hombres que conozcan el misterio de la cruz. Ahora bien, conocer el misterio de la cruz exige estar profundamente persuadido de que las obras de Dios llevan este sello sagrado; supone considerar la cruz como prenda de éxito e instrumento eficaz para aceptar en el oficio de catequista y en la dirección de los Hermanos. (Furet, Capítulo XVII, segunda parte)

La contemplación de la cruz no es solo para los hermanos, también la propone para los alumnos de los colegios:
“Dar a conocer a Jesucristo, hacer amar a Jesucristo -repetía continuamente- es el fin de vuestra vocación, el fin del Instituto. Si no trabajáramos en ello, nuestra congregación sería inútil, y Dios le retiraría su ayuda. Insistid, pues, en los misterios y la vida de Nuestro Señor; hablad a menudo a los niños de sus virtudes y sufrimientos, del amor que les ha manifestado al morir en la cruz y de los tesoros de gracia que les ha dejado en los sacramentos. La ciencia de la religión consiste únicamente en conocer a Jesucristo, que es la vida eterna; los santos en el cielo no tienen otra ocupación que conocer, contemplar y amar a Jesucristo; ésa es su bienaventuranza. (Furet, Capítulo VII, segunda parte).

Igual en la Carta al Hno. Bartolomé le dice:
No cesen de decir a sus niños que son los amigos de los santos que están en el cielo, de la Sma. Virgen, y en particular, de Jesucristo, a quien sus jóvenes corazones atraen y lo vuelven celoso; que con grandísima pena ve al demonio apoderarse de ellos; que estaría dispuesto, si fuera necesario, a morir de nuevo en la cruz, en el mismo St. Symphorien. ¡Pobres niños! Agreguen que, "Dios los ama", y que, "yo los amo también, ya que Jesucristo, la Sma. Virgen y los Santos los aman tanto". "Saben", díganles también, "¿por qué Dios los ama tanto? Pues porque son el precio de su sangre y que pueden llegar a ser grandes santos, si así lo quisieran ardientemente.” (PS024)

Por supuesto, al contemplar la Pasión no se puede olvidar de María. María que colabora en la obra de Redención y María que estaba de pie junto a la Cruz. En la cruz Jesús nos da a María por Madre:
"Hermanos, les dijo un día, la salvación nos viene por María. De Ella nació Jesús; por medio de Ella El bajó del cielo, para salvar a los hombres; Por su mediación e intercesión, obtuvo la primera aplicación de sus méritos en la santificación de San Juan Bautista. Por sus súplicas, hizo Jesús su primer milagro; a Ella, desde lo alto de la cruz, le confió a todos los hombres, en la persona del discípulo amado, para darnos a entender que es nuestra Madre, y que por su mediación quiere darnos sus gracias y aplicarnos los méritos de su muerte en la cruz". (Avit, 196).

Se acerca la cuaresma, como Maristas es una invitación a contemplar con mayor fervor la pasión del Señor. Una manera de hacerlo podrías ser la contemplación, en Lectio Divina, de los evangelios de la Pasión. Este ejercicio nos puede enseñar esa ciencia oculta que conoció Marcelino y de la que habla el Hno. Furet en el capítulo XXXVI de su biografía:
“Ahora bien, la ciencia de los santos según el mismo autor: no se aprende en los libros, sino en la oración mental, escuela en la que enseña el maestro Jesucristo y en la que el libro de lectura son la cruz y las llagas del divino Salvador»”.


Que la contemplación de la Pasión del Señor nos permita acercarnos a aquel lugar donde nos quería ver Marcelino a todos los Maristas, cercanos a Jesús Crucificado.

* Este texto se presentó inicialmente como conclusión de un trabajo de estudio de CEPAM.  

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