miércoles, 14 de marzo de 2018

Convertirnos en verdaderos Educadores Maristas.



Al conocer la realidad de nuestros colegios puede surgir la pregunta sobre si seguimos siendo fieles a los principios educativos que guiaron a Marcelino Champagnat y a los primeros hermanos. Familias completas que han pasado por los colegios desde los abuelos, padres e hijos que podrían plantear si los cambios educativos introducidos van en sintonía o no con la tradición de la escuela. Hermanos Maristas de edad que no ven reflejadas sus prácticas docentes en la praxis de hermanos más jóvenes. Nos abren a la pregunta si seguimos siendo verdaderos educadores maristas.

Buscar la respuesta en prácticas o ideas educativas posiblemente no sea la mejor respuesta, ya que la educación marista no tiene su origen en una filosofía educativa o en una teoría pedagógica, sino en una espiritualidad.

Es a través de la experiencia de Marcelino Champagnat y de los primeros hermanos que podemos comprender la esencia de la educación marista. Miles de maristas, laicos y hermanos, han continuado y continúan creándola. La esencia de la educación marista solo puede ser apreciada por personas que han sido tocadas e inspiradas por el movimiento marista, y que a través de él puedan encontrar su pasión por Dios y por los jóvenes.

La espiritualidad marista es un “carisma”, don del Espíritu Santo, que permite a las personas cristianas, formar Iglesia y llevar a cabo la misión en forma eficaz y atractiva. Otra forma de decirlo es un movimientos oportuno e inspirado que introduce una nueva forma de vida cristiana y de servicio.

La experiencia del amor de Dios realizada por Marcelino y las diferentes formas con las que respondió a este amor, lo que podríamos llamar su carisma personal, no sólo inspira a otros y les atrae para hacer lo mismo, sino que se está articulando y desarrollando por ellos de manera coherente y característica. Los primeros hermanos, al juntarse, se convirtieron en compañeros atraídos por la misión, y capaces de describir la forma en que su vida espiritual, comunitaria y apostólica se estaba llevando a cabo.

La espiritualidad marista procede en gran parte de una mezcla de tradiciones espirituales ya existentes. Marcelino se alimentó con naturalidad y profundad de lo que se describe a menudo como la “escuela francesa” de espiritualidad. Los textos bíblicos de san Juan y San Pablo inspiran su vida, frases y conceptos salesianos -me refiero a San Francisco de Sales, no a San Juan Bosco-, berulianos y sulpicianos, impregnan sus propios escritos y enseñanzas. Al igual que el discurso místico de la época, en particular el de María de Ágreda.

Sus discípulos no sólo habían sido inspirados por su carisma, sino que además lo habían aprendido de él. Hoy podría articularse y enseñarse íntegramente de la misma manera. A Marcelino más que disñar un sistema de espiritual le importaba vida espiritual de sus hermanos, y su manera de vivir en esta comunidad. Se esforzó por ayudar a los hermanos a “Amar a Dios, y hacer que sea conocido y amado, es el propósito de la vida de un hermano”.

Temas importantes de esta espiritualidad serán la “alegría”, el “espíritu de fe”, la “confianza en Dios”, la “presencia de Dios”, y “el amor de nuestro Señor”. Estos temas se asientan con claridad más en el campo de lo afectivo que en el dominio ascético, y se les prefiera sobre el “celo”, el “amor al trabajo”, la “pobreza” y la “mortificación”.

Cualquier estudio de la espiritualidad de Marcelino y de los primeros hermanos, que haga un seguimiento de su itinerario espiritual, lo primero que encontrará como destacado es el tema recurrente del amor. Es una espiritualidad centrada en el amor, fundada en un amor íntimo a Jesús y en una respuesta concreta mediante la acción apostólica y amorosa, y no tanto en la acción apostólica en sí misma. Los primeros educadores maristas eran hombres formados en este tipo de mística pragmática. La espiritualidad y la naturaleza de la tradición educativa, que se desarrolló a partir de ellos, tiene que ser entendida de la misma manera.

Sabemos pocos detalles de cómo los primeros hermanos se desenvolvían en la escuela, de los métodos que utilizaban, o de la forma en que los primeros hermanos “podrían haber sido marcados por los rasgos característicos de lo que hoy llamamos educación marista”, pero podemos estar seguros de que fue dirigida por alguien cuyo corazón había sido cautivado por Jesús, alguien que mantuvo una relación espiritual íntima con Jesús, y que irradiaba comportamientos sencillos pero convincentes.

“Las implicaciones son claras: la educación marista fue, de hecho, lo que los educadores maristas hicieron y cómo lo hicieron, pero la preocupación fundamental era quiénes fueron estos educadores maristas, cómo vivieron sus vidas, cómo atendieron, especialmente su fe, y cómo compartían la vida y misión con otros educadores maristas”. (Green 2014:18)

Hoy la situación es similar porque se pueden ver circunstancias que permiten aplicar las intuiciones originales de Marcelino. Al mismo tiempo es diferente porque la Iglesia se ha enriquecido con una visión de sí misma con sentido de comunión. La presencia de los hermanos es mínima en muchos lugares, sin embargo, muchas escuelas y comunidades universitarias están reclamando su herencia e identidad marista con autoridad cada vez mayor. Educadores maristas, que no son hermanos, se identifican cada vez con mayor firmeza y buscan corresponsabilidad en la empresa educativa marista.

Existen lugares en el Instituto, principalmente después de 1993, donde ha habido un movimiento global y estructurado para ofrecer oportunidades de formación maristas para los laicos, y para los hermanos y laicos juntos, para fomentar lo que llegó a ser interpretado como la vocación de vida de los laicos maristas.

Se ha buscado proporcionar medios para que estos laicos puedan unir en armonía las tres dimensiones elementales de cualquier vida cristiana: discipulado, comunidad y apostolado. Si la educación marista es lo que los educadores maristas hacen, es importante que la atención se centre en la formación, mantenimiento y asociación de educadores maristas. El resto es probable que, en gran medida, sea capaz de cuidarse por sí mismo.

El documento Agua de la roca, que habla de la espiritualidad marista, identifica seis características destacadas de la espiritualidad marista: (1) la presencia y amor de Dios, (2) la confianza en Dios, (3) el amor a Jesús y su Evangelio, (4) al estilo de María, (5) el espíritu de familia y (6) una espiritualidad de la sencillez.  Estos rasgos se viven como respuesta a la llamada de Dios al discipulado, en la vida compartida con otros maristas, y en la misión.

Siguiendo estos rasgos se puede responder a la pregunta sobre la fidelidad, sobre nuestro ser como educadores maristas. Un verdadero educador o educadora marista será alguien que sintonice con el camino marista en su dimensión espiritual, que encuentra allí un lenguaje, una metáfora del anhelo espiritual que le mueve, de la sensación y de la imagen de lo divino que le atrae, y donde resuene una manera de responder y concretar su pertenencia. Los maristas de Champagnat descubrimos que vibramos y vivimos con el ideal que guio a Marcelino Champagnat de “Amar a Dios y darlo a conocer y amar”. Queremos vivir y compartir su espiritualidad en comunidad. El resto es accesorio.


(Texto presentado inicialmente en la materia de La vitalidad del modelo educativo y la construcción de una nueva realidad, en Carisma y Principios Educativos Maristas, PUCPR, Junio de 2017; Foto: Propia, mural en la comunidad marista de Coronel Oviedo, Paraguay)


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