Al conocer la realidad de nuestros colegios
puede surgir la pregunta sobre si seguimos siendo fieles a los principios
educativos que guiaron a Marcelino Champagnat y a los primeros hermanos.
Familias completas que han pasado por los colegios desde los abuelos, padres e
hijos que podrían plantear si los cambios educativos introducidos van en
sintonía o no con la tradición de la escuela. Hermanos Maristas de edad que no
ven reflejadas sus prácticas docentes en la praxis de hermanos más jóvenes. Nos
abren a la pregunta si seguimos siendo verdaderos educadores maristas.
Buscar la respuesta en prácticas o ideas
educativas posiblemente no sea la mejor respuesta, ya que la educación marista
no tiene su origen en una filosofía educativa o en una teoría pedagógica, sino
en una espiritualidad.
Es a través de la experiencia de Marcelino
Champagnat y de los primeros hermanos que podemos comprender la esencia de la
educación marista. Miles de maristas, laicos y hermanos, han continuado y
continúan creándola. La esencia de la educación marista solo puede ser
apreciada por personas que han sido tocadas e inspiradas por el movimiento
marista, y que a través de él puedan encontrar su pasión por Dios y por los
jóvenes.
La espiritualidad marista es un “carisma”,
don del Espíritu Santo, que permite a las personas cristianas, formar Iglesia y
llevar a cabo la misión en forma eficaz y atractiva. Otra forma de decirlo es
un movimientos oportuno e inspirado que introduce una nueva forma de vida
cristiana y de servicio.
La experiencia del amor de Dios realizada
por Marcelino y las diferentes formas con las que respondió a este amor, lo que
podríamos llamar su carisma personal, no sólo inspira a otros y les atrae para
hacer lo mismo, sino que se está articulando y desarrollando por ellos de
manera coherente y característica. Los primeros hermanos, al juntarse, se
convirtieron en compañeros atraídos por la misión, y capaces de describir la
forma en que su vida espiritual, comunitaria y apostólica se estaba llevando a
cabo.
La espiritualidad marista procede en gran
parte de una mezcla de tradiciones espirituales ya existentes. Marcelino se
alimentó con naturalidad y profundad de lo que se describe a menudo como la
“escuela francesa” de espiritualidad. Los textos bíblicos de san Juan y San
Pablo inspiran su vida, frases y conceptos salesianos -me refiero a San Francisco de Sales, no a San Juan Bosco-, berulianos y
sulpicianos, impregnan sus propios escritos y enseñanzas. Al igual que el
discurso místico de la época, en particular el de María de Ágreda.
Sus discípulos no sólo habían sido
inspirados por su carisma, sino que además lo habían aprendido de él. Hoy
podría articularse y enseñarse íntegramente de la misma manera. A Marcelino más
que disñar un sistema de espiritual le importaba vida espiritual de sus
hermanos, y su manera de vivir en esta comunidad. Se esforzó por ayudar a los
hermanos a “Amar a Dios, y hacer que sea conocido y amado, es el propósito de
la vida de un hermano”.
Temas importantes de esta espiritualidad
serán la “alegría”, el “espíritu de fe”, la “confianza en Dios”, la “presencia
de Dios”, y “el amor de nuestro Señor”. Estos temas se asientan con claridad
más en el campo de lo afectivo que en el dominio ascético, y se les prefiera
sobre el “celo”, el “amor al trabajo”, la “pobreza” y la “mortificación”.
Cualquier estudio de la espiritualidad de
Marcelino y de los primeros hermanos, que haga un seguimiento de su itinerario
espiritual, lo primero que encontrará como destacado es el tema recurrente del
amor. Es una espiritualidad centrada en el amor, fundada en un amor íntimo a
Jesús y en una respuesta concreta mediante la acción apostólica y amorosa, y no
tanto en la acción apostólica en sí misma. Los primeros educadores maristas
eran hombres formados en este tipo de mística pragmática. La espiritualidad y
la naturaleza de la tradición educativa, que se desarrolló a partir de ellos,
tiene que ser entendida de la misma manera.
Sabemos pocos detalles de cómo los primeros
hermanos se desenvolvían en la escuela, de los métodos que utilizaban, o de la
forma en que los primeros hermanos “podrían haber sido marcados por los rasgos
característicos de lo que hoy llamamos educación marista”, pero podemos estar
seguros de que fue dirigida por alguien cuyo corazón había sido cautivado por
Jesús, alguien que mantuvo una relación espiritual íntima con Jesús, y que
irradiaba comportamientos sencillos pero convincentes.
“Las implicaciones son claras: la educación
marista fue, de hecho, lo que los educadores maristas hicieron y cómo lo
hicieron, pero la preocupación fundamental era quiénes fueron estos educadores
maristas, cómo vivieron sus vidas, cómo atendieron, especialmente su fe, y cómo
compartían la vida y misión con otros educadores maristas”. (Green 2014:18)
Hoy la situación es similar porque se
pueden ver circunstancias que permiten aplicar las intuiciones originales de
Marcelino. Al mismo tiempo es diferente porque la Iglesia se ha enriquecido con
una visión de sí misma con sentido de comunión. La presencia de los hermanos es
mínima en muchos lugares, sin embargo, muchas escuelas y comunidades
universitarias están reclamando su herencia e identidad marista con autoridad
cada vez mayor. Educadores maristas, que no son hermanos, se identifican cada
vez con mayor firmeza y buscan corresponsabilidad en la empresa educativa marista.
Existen lugares en el Instituto,
principalmente después de 1993, donde ha habido un movimiento global y
estructurado para ofrecer oportunidades de formación maristas para los laicos,
y para los hermanos y laicos juntos, para fomentar lo que llegó a ser
interpretado como la vocación de vida de los laicos maristas.
Se ha buscado proporcionar medios para que
estos laicos puedan unir en armonía las tres dimensiones elementales de
cualquier vida cristiana: discipulado, comunidad y apostolado. Si la educación
marista es lo que los educadores maristas hacen, es importante que la atención
se centre en la formación, mantenimiento y asociación de educadores maristas.
El resto es probable que, en gran medida, sea capaz de cuidarse por sí mismo.
El documento Agua de la roca, que habla de
la espiritualidad marista, identifica seis características destacadas de la
espiritualidad marista: (1) la presencia y amor de Dios, (2) la confianza en
Dios, (3) el amor a Jesús y su Evangelio, (4) al estilo de María, (5) el espíritu
de familia y (6) una espiritualidad de la sencillez. Estos rasgos se viven como respuesta a la
llamada de Dios al discipulado, en la vida compartida con otros maristas, y en
la misión.
Siguiendo estos rasgos se puede responder a
la pregunta sobre la fidelidad, sobre nuestro ser como educadores maristas. Un
verdadero educador o educadora marista será alguien que sintonice con el camino
marista en su dimensión espiritual, que encuentra allí un lenguaje, una
metáfora del anhelo espiritual que le mueve, de la sensación y de la imagen de
lo divino que le atrae, y donde resuene una manera de responder y concretar su
pertenencia. Los maristas de Champagnat descubrimos que vibramos y vivimos con
el ideal que guio a Marcelino Champagnat de “Amar a Dios y darlo a conocer y
amar”. Queremos vivir y compartir su espiritualidad en comunidad. El resto es
accesorio.
(Texto presentado inicialmente en la materia de La vitalidad del modelo educativo y la construcción de una nueva realidad, en
Carisma y Principios Educativos Maristas, PUCPR, Junio de 2017; Foto: Propia, mural en la comunidad marista de Coronel Oviedo, Paraguay)